martes, 24 de junio de 2014

Racinguista de 2030

         Soy Pedro, un racinguista a punto de vivir la experiencia más impresionante que jamás hubiese soñado. Estoy a punto de entrar a la final de Copa del año 2029-2030 en lo que va a ser la primera gran final de “mi Racing”. Con 22 años he vivido muchas cosas como racinguista, e incluso he sentido emociones tan fuertes o más que las que estoy sintiendo en estos momentos, cuando estoy a punto de entrar al estadio de la final oyendo retumbar nuestros típicos cánticos dentro.

Yo era muy pequeño aquel año del centenario, pero recuerdo bien esos tiempos tan duros que pasó el Racing, en especial aquella temporada en 2ªB en la que el equipo y la afición se unieron para sentar las bases de la regeneración de nuestro club, ante la amenaza de liquidación tras el expolio sufrido durante años por un grupo de personas sin escrúpulos que estuvieron cerca de acabar con él.

Gracias a los libros sé muchas cosas de nuestro club, en los que leí que siempre salió adelante por la implicación de racinguistas de corazón que decidieron unirse para ayudar al club. Sé que el Racing desde 1913, fue ganándose batalla tras batalla, tanto dentro como fuera del campo, el honor de ser considerado el equipo de Cantabria, pues la pasión fue creciendo desde sus comienzos, ya que este humilde club defendía valores muy arraigados a las gentes de Cantabria, como son la entrega, el tesón, el respeto, no rendirse nunca y estar siempre unidos ante cualquier adversidad… en definitiva, se empate, pierda o gane siempre ir con la cabeza alta y la mano extendida para ofrecérsela al rival, con total honestidad. Todos estos adjetivos y algunos más que seguro me dejaré en el tintero son para mí, RACING.

He podido leer sobre hazañas, sobre malos tiempos, sobre grandes jugadores y entrenadores, y también sobre fechas históricas. Pero hoy, que estoy a punto de vivir una final con la que muchos antepasados soñaron, quiero contaros una historia que yo mismo viví.

Fue en la temporada 2013-2014 con un Racing secuestrado por unos indeseables y dónde nadie con verdadera capacidad para ponerlo fin hizo nada por acabar con esa situación. Hasta que llegó una fecha histórica, donde la unión del equipo que llevaba varios meses sin cobrar y la afición que llevaba años luchando por la supervivencia de su club, hizo posible la salida de esos indignos.

Ese año el equipo llegó a cuartos de final de Copa, donde en la ida perdía 3-1 ante la Real Sociedad. A la semana siguiente, 30 de enero de 2014, se jugaba la vuelta en los Campos de Sport del Sardinero. Aunque el partido era tarde, mi padre me llevó a verlo al estadio. Los jugadores habían dicho que si no se iban del club esos dirigentes, que estaban arruinándolo antes de la hora del choque, no jugarían. Realmente yo con 5 años lo único en lo que pensaba con la inocencia propia de un niño, es que esos señores se irían para que se disputase el partido, porque no les quería nadie y así podríamos pelear la eliminatoria. Con el tiempo entendí lo asquerosos y enrevesados que pueden ser algunos adultos, y más esos con puestos de poder y pocos escrúpulos.

Aquella noche el campo pese al frío y la floja entrada, tenía un ambiente muy caldeado. Noté a mi padre nervioso durante todo el día y me transmitía una sensación propia de un día como el que voy a vivir yo ahora, de final. Durante el calentamiento la afición vitoreaba a nuestros héroes, a esos jugadores que pusieron la dignidad por delante de un partido que para muchos era el más importante de sus carreras hasta entonces.

Según iba acercándose el inicio del partido, no paré de bombardear a mi padre con preguntas, mayoritariamente sobre por qué no dimitían, pues estaba seguro de que el Racing iba a remontar la eliminatoria si se disputaba. Mi incomprensión cuando saltaron los equipos al césped, se tornó rápidamente en orgullo cuando vi en pie a todo el estadio gritando, “no se juega” o “dimisión”, sobre todo cuando llegó el pitido inicial y mi gran ídolo de infancia Mario, portero y capitán aquel año, iba hacía el centro del campo a reunirse con el resto del 11 inicial para abrazarse, con un estadio detrás en pie apoyándoles y vitoreándoles. A los pocos segundos el árbitro preguntó a Mario hasta tres veces si estaban seguros de no disputar el partido. Mario, como buen racinguista y cántabro, fue firme; no se jugaba. Pues los valores que habían hecho grande durante 100 años a este club estaban siendo pisoteados y no se podía permitir que eso continuase.

Con la conclusión del partido no disputado, nadie se movió de sus asientos, donde no paraban de aplaudir a plantilla y cuerpo técnico. Yo era una montaña rusa de emociones, por un lado estaba enfadado por no haberse jugado el partido y haber peleado como siempre lo hace el Racing hasta el último minuto, y por otro, mirando a mi padre con los ojos vidriosos y la cara más parecida al puro orgullo que he visto nunca, me sentía campeón, pero no campeón de Copa, sino del Mundo.

Un día inolvidable que dio paso al comienzo de un resurgir más temprano de lo esperado, aunque muy sufrido, en el que hubo muchísimos obstáculos que se superaron con la unión y la fuerza que siempre tuvo esta afición, que es el verdadero corazón del club. Aquel día aprendí que el mayor título que tenemos, no se puede ver en una vitrina, porque el mayor título que tenemos los racinguistas, es ser simplemente eso, racinguistas. Ahora 16 años después y con opciones de ganar ese título de manera física, me doy cuenta de que tampoco lo necesito para sentirme campeón, pues campeón me siento desde el primer día que pise el Sardinero y empecé a comprender lo que es amar y defender a este equipo.


FELIPE DE LA TORRE ROMANILLO. 
Dedicado a Pedro Arias Caro, joven racinguista en el cual me he inspirado para escribir este artículo libre.